Entrevistas Novela histórica

Entrevistamos a Ángeles Gutiérrez-Lapi, autora de “Esperanza”

Ángeles Gutiérrez-Lapi

Nacida en Barcelona en 1961, Ángeles Gutiérrez-Lapi se inició en el mundo de la genealogía hace más de treinta años cuando empezó con la investigación de su árbol familiar y llegó a descubrir datos que se remontaban a mediados del siglo XV. Su pasión por la historia y la documentación antigua la llevaron a formarse en el ámbito de la genealogía y la paleografía, y en el año 2014 creó FILOGENEA, una web desde la que difunde sus hallazgos y realiza estudios de genealogía para terceros. Licenciada en Filosofía por la Universidad de Barcelona, posee el primer ciclo de doctorado y varios posgrados. Fue miembro de la Junta Directiva de Hispagen (Asociación de Genealogía Hispana), pertenece a la Societat Catalana de Genealogia, y está vinculada a numerosos grupos de genealogía a nivel nacional e internacional. Ha publicado Joseph Robinette Biden y sus ancestros. Genealogía de un presidente y otras historias (2021) con la editorial Universo de Letras, obteniendo la Mención de Honor del International Latino Awards celebrado en Miami en 2022, en el apartado “Mejor libro a la historia familiar”. En 2025 da un giro a su actividad literaria con Esperanza, una novela histórica publicada por Libertània Associació Literària que arranca en Cádiz en los años veinte del pasado siglo y nos transporta hasta la Barcelona de finales de los años cincuenta. Y todo ello a través de la apasionante experiencia vital de una mujer, Ángeles Lapi Blandino, que resulta ser su propia madre.

Manuel Lapi García y Ángeles Blandino Herera, padres de Ángeles Lapi Blandino. Foto cedida por Ángeles Gutiérrez-Lapi

Esperanza está basada en hechos reales y con protagonistas reales, entre los que destacan tu abuelo, Manuel Lapi García, y tu madre, Ángeles Lapi Blandino. ¿Por qué decidiste escribir esta novela y contar parte de la historia de tu familia?

Era una deuda de gratitud que tenía hacia ellos y que ya sentía desde pequeña. Admiro mucho la figura de mi abuelo, que vivió y murió por sus ideales, y la de mi madre, una mujer empoderada, aunque ella no fuese consciente de ello, ya que solo con su fuerza de voluntad y su esperanza fue capaz de superar situaciones tremendamente adversas sin perder jamás su esencia.

Yo diría que se podría catalogar como novela histórica, pero también como novela costumbrista y antropológica, pues retrata la sociedad tal y como era. Sin buenos ni malos. Solo con personas que viven y sufren, cada cual a su manera.

Calle de Isaac Peral, Cádiz, a principios del siglo XX. Foto cedida por Ángeles Gutiérrez-Lapi

La narración se inicia en Cádiz en 1919 y termina en Barcelona en 1958. ¿Cómo fue que elegiste estas dos fechas como principio y final de Esperanza?

En 1919 mi abuelo Manuel Lapi tenía 20 años y España estaba viviendo una situación muy difícil, tanto a nivel político como económico. En Cádiz, ese mismo año, tuvo lugar una huelga general debido a la precariedad del empleo y la carestía de las subsistencias, dando paso a la incipiente organización de los trabajadores en asociaciones sindicalistas para reivindicar sus derechos; y ahí fue donde brotaría el germen político que latía incipiente en el pensamiento de mi abuelo.

La obra termina en Barcelona en 1958 con el matrimonio de mis padres. De manera voluntaria no he querido escribir más allá de ese momento porque, como explico en el libro, todavía quedan muchas personas vivas que la conocieron y quiero que sean dueños de sus recuerdos.

Malecón de Cádiz en la actualidad.

Por lo que describes, la situación de los obreros en los años veinte del pasado siglo en Cádiz y en todo el Estado español era crítica, con bajos salarios, miseria y mucha represión. Además, cuentas que la mal llamada “gripe española” se cobró ocho millones de vidas en toda España, de un total mundial de cuarenta millones de muertos. ¿Cómo te has documentado?

El proceso de documentación e investigación es básico para mí, y muy estimulante. Creo que, como todos los autores de novela histórica, estudiamos mucho para después poder resumir en pocas palabras los hechos más destacados.

Básicamente, utilicé libros de historia contemporánea, obras relativas a los acontecimientos de la Guerra Civil, trabajos centrados en los hechos ocurridos en Cádiz, también utilicé la hemeroteca de diversos periódicos de la época para documentarme acerca de los establecimientos, los precios, los hechos cotidianos, etc., diversas tesis doctorales y, como no, arranqué de mi memoria todas las anécdotas que me había contado mi madre a lo largo de los años.

Ángeles Gutiérrez-Lapi

Las lenguas maternas de algunos de los personajes, especialmente el hablar gaditano y el panocho, variedad lingüística de la huerta murciana, adquieren especial importancia en la historia que nos cuenta Esperanza. ¿Cuál es el objetivo de utilizar estas variedades lingüísticas?

Sé que mi libro es peculiar. De hecho, antes del índice, hay una nota que recomienda al lector empezar a leerlo desde el Addendo que está al final del libro. Allí es donde explico que la lengua es un sistema abierto, vivo, cambiante, y que el “castellano perfecto” no existe: existe el que hablamos cada uno de nosotros seamos de donde seamos. Ahí doy unas pautas para facilitar al lector la lectura de los párrafos escritos en andaluz que, todo sea dicho, acaba pasando desapercibido a medida que vas leyendo pues a todos nos resulta familiar su “música”.

Para ello, conté con la ayuda de EDELA, la Escuela de Escritura en Lengua Andaluza, con quienes estudié los principios básicos de la grafía y que, desinteresadamente, procedieron a las correcciones necesarias para que no hubiera errores. También hay textos con expresiones en panocho (que lo hablaba mi abuelo paterno), en el habla canaria, en catalán y otros diálogos en asturiano cuando la protagonista va a Oviedo.

Creo, sinceramente, que la lengua reafirma nuestra identidad y nos enriquece como personas, así que hay que ser respetuosos con ellas. Cuantos más idiomas hablemos más “plástico” se volverá nuestro cerebro, tendremos mayores capacidades y reservas cognitivas, nos ayudará a relacionarnos mejor con otras personas, podremos ver la realidad desde otros ángulos y, además, fomentaremos el pensamiento abstracto.

La novela arranca en Cádiz en 1919 con Manuel Lapi entrando en la Librería Minerva, una de las más populares de la ciudad. Tiene veinte años y piensa que “solo con un mayor grado de cultura se puede conseguir una sociedad más justa y equitativa”. Es un hombre de reflexión más que de acción y observa que “si algo les cuesta a los españoles de izquierdas es ponerse de acuerdo en algo”. ¿Seguimos igual? ¿No hemos aprendido nada?

Me parece que es una cuestión obvia el hecho de que la cultura ayuda a tener una mejor sociedad y una convivencia más humana. Y, habida cuenta la situación socio-cultural de nuestros días, está claro que poco o nada hemos aprendido del pasado.

Librería Minerva, Cádiz, 1919. Foto cedida por Ángeles Gutiérrez-Lapi

Hay estudios, como los realizados por los historiadores William Strauss y Neil Howe (inspirados en pensadores sociales como José Ortega y Gasset, Karl Mannheim, John Stuart Mill o Auguste Comte), que indican que las guerras se repiten cíclicamente a lo largo de la historia, concretamente cada ochenta o noventa años. El recorrido generacional sería el siguiente: 1) tras superar un periodo de crisis (pobreza, hambre, enfermedades, guerras…) los ciudadanos viven un momento de cohesión social y colectiva por pura supervivencia; 2) se crea una atmósfera de calma que da lugar a tiempos de creación y transformación de los valores recuperando la autoconciencia; 3) la sociedad se reinventa e implementa nuevas normas más individualistas; 4) esta nueva sociedad crea desigualdades pues limita las libertades individuales, hay mayores demandas ciudadanas y aparece el populismo, pues el ciudadano solo piensa en su propio beneficio; 5) la vida institucional se destruye y aparecen de nuevo las crisis económicas y los conflictos sociales que pueden dar lugar a guerras civiles o con otros países. Así pues, no es que no aprendamos, sino que creo que es nuestra forma “natural” de evolucionar como sociedad, y ocurre así desde tiempos inmemoriales.

Malecón de La Caleta, Cádiz, 1953. Foto cedida por Ángeles Gutiérrez-Lapi

La novela es, también, una apasionante crónica de la vida cotidiana y las costumbres durante la primera parte del siglo XX. En aquellos años, todavía la mayor aspiración de la mujer era enamorarse, casarse, tener hijos y cuidar de su hogar “como se espera de una buena y honesta esposa”, pero, incluso para esto, necesitaba una “dote”. ¿Qué ocurría si la familia de la novia no contaba con “posibles” para la dote? ¿Cómo era habitualmente la vida de una mujer casada?

El tema de la dote matrimonial no es exclusivo de esa época, sino que se remonta a siglos atrás. La idea era que los bienes que aportaban los novios al matrimonio fuesen proporcionales para que uno no fuera una carga para el otro. En el contexto de la novela Esperanza, al Estado le convenía que las mujeres (aunque pobres) se casaran y tuvieran hijos, así que ya en época de la República, existía la Junta Provincial de Beneficencia que ayudaba a las futuras esposas económicamente con una dotación única. Como habrás leído en el libro, la familia de mi madre era humilde y consiguieron así las dotes para poder contraer matrimonio. Y la dote (entendida como obligatoria) desapareció en España tras la reforma de la Ley 11/1981 del Código Civil. Así pues, es fácil imaginar a una mujer sometida, sumisa y obediente, pero que lo era de manera inconsciente pues tal era lo que se esperaba de ella en la sociedad.

Hasta mayo de 1975, no se anuló el permiso o licencia marital, aprobada en 1889 que establecía que el marido era el representante de su mujer y que ésta no podía, sin el permiso expreso y explícito de su marido, comparecer en un juicio, adquirir bienes, firmar contratos, o sacarse el pasaporte o el carnet de conducir. Toda una declaración de intenciones patriarcales que dejaba a la mujer casada, a nivel jurídico, a la altura de “menores, dementes o sordomudos analfabetos”. Mientras que el hombre obtenía la mayoría de edad a los veintiún años, las mujeres debían cumplir los veinticinco y toda su vida estaba sometida al patriarcado: de solteras, al padre; de casadas, al marido, y si eran monjas, a Dios.

A partir de los catorce años, las chicas ya se dedicaban a “sus labores”, dejaban los estudios (los chicos no, que podían seguir estudiando) y aprendían a coser, cocinar, planchar, etc., preparándose para ser una “buena esposa y madre”, como mandaban los cánones.

Monumento a Colón, Barcelona, 1955. Foto cedida por Ángeles Gutiérrez-Lapi

Cádiz, junto con Barcelona, fueron los dos puntales del sindicalismo en España durante las primeras décadas del siglo XX. En 1923 recibieron el duro golpe de la instauración de la Dictadura de Primo de Rivera que suprimió todas las libertades que garantizaba la Constitución. ¿De qué Constitución y de qué libertades estamos hablando? ¿Cómo reaccionaron las organizaciones sindicales gaditanas?

La Constitución que quedó abolida fue la promulgada el 30 de junio de 1876 durante el reinado de Alfonso XII “el Pacificador” a instancias del liberal-conservador Antonio Cánovas del Castillo y que fue la base de la Restauración borbónica en España. El proyecto fue aprobado por las Cortes que se habían formado tras las elecciones llevadas a cabo ese mismo año por sufragio universal (solo masculino).  En 1923, Miguel Primo de Rivera, Capitán General de Catalunya, dio un golpe de Estado al que no se opuso el rey Alfonso XIII pensando que iba a ser algo temporal y que no le impidió seguir interviniendo activamente en la vida política: era “el rey político, el político en el trono” que tomaba decisiones como entregar el poder a unos o a otros, pero eso duró hasta 1930 cuando el rey tuvo que abdicar al verse cuestionada la propia monarquía.

La primera medida que tomó el Directorio en 1923 fue la destitución de las autoridades provinciales y locales (gobernadores civiles, alcaldes, presidentes de las diputaciones) que fueron sustituidas por militares, cuya misión fue el restablecimiento del orden público por el método expeditivo de declarar el estado de guerra, lo que suponía la suspensión de las garantías constitucionales (como la inviolabilidad del domicilio, la libertad de reunión y asociación, etc.) y la atribución a la jurisdicción militar de los «delitos políticos», incluidos el de ostentar banderas no nacionales o utilizar en actos oficiales lenguas no castellanas, y buena parte de los delitos comunes. Ahí fue cuando mi abuelo, Manuel Lapi García, empezó a trabajar activamente en el ámbito político y sindical.

Hospital Vall d’Hebron, Barcelona, 1955. Foto cedida por Ángeles Gutiérrez-Lapi

Cádiz y Barcelona fueron dos ciudades clave en el movimiento sindical y ciudadano. La lucha de clases se había puesto en marcha en ambas ciudades y los trabajadores empezaron a sindicarse para reivindicar sus derechos ante los patronos. En Barcelona, en 1919, tuvo lugar la huelga de la Canadiense, que duró cuarenta y cuatro días, pero consiguieron que la patronal aceptara la jornada laboral de ocho horas. Poco más tarde, en 1923, volvieron las revueltas en la Ciudad Condal con una huelga general del puerto y del transporte que se inició el 14 de mayo y terminó el 12 de julio, siendo la antesala de una gran represión. Por su parte, en Cádiz, la CNT estaba en pleno auge como movimiento libertario e instaba a los obreros a unirse contra la explotación laboral que sufrían, la carencia de alimentos y la poca inversión del Estado en infraestructuras.

El somatén fue una organización parapolicial creada en Catalunya que se extendió por toda España durante la Dictadura de Primo de Rivera. Háblanos de sus funciones.

El somatén era un cuerpo armado de protección civil que, separado del ejército, ejercía funciones de control sobre los ciudadanos. Sus orígenes se remontan a las Cortes de Catalunya de 1068 y fue creado para la defensa y protección de las tierras. Por ejemplo, una de sus funciones iniciales era avisar a la población de eventuales peligros haciendo llegar el aviso de montaña a montaña a través de hogueras o del repicar de las campanas (de ahí su nombre: “so emetent”). Durante la época feudal persiguieron a ladrones y piratas, y en 1855, tras Las Bases de Manresa (o Bases para la Constitución Regional Catalana), se convirtieron en un cuerpo auxiliar del orden público. Durante la Dictadura de Primo de Rivera, pasaron a formar parte de “la policía de las buenas costumbres”, persiguiendo la blasfemia, haciéndose portavoces del comportamiento cívico burgués, persiguiendo delitos comunes como el hurto, o delitos sociales como las huelgas. El somatén fue disuelto en 1978.

Ángeles Lapi Blandino e Ismael Gutiérrez, padres de la autora (1957). Foto cedida por Ángeles Gutiérrez-Lapi.

La Segunda República Española se proclamó el 14 de abril de 1931 tras la caída de la Dictadura de Primo de Rivera y la marcha al exilio del rey Alfonso XIII. Tanto los sindicatos, CNT y UGT, como los partidos izquierdistas, depositaron muchas esperanzas en el cambio de régimen. ¿Les defraudó? ¿Podrían los sucesivos gobiernos republicanos haber tomado medidas para salvaguardar la República? ¿Qué opinas? 

Es evidente que muchos ciudadanos se ilusionaron con el cambio. Venían de varios años de una profunda crisis económica, de reformas que no sacaban al pueblo de la pobreza y que desembocaron en actitudes radicales y represivas del propio gobierno de Primo de Rivera quien, finalmente, tuvo que dimitir en 1930.

En cada cambio de régimen que se produce en una nación, siempre se depositan esperanzas de que las transformaciones sean para mejor, pero los gobiernos de la Segunda República eran bienales y cada vez entraba un partido de un color distinto que deshacía lo que el anterior había hecho, y no tenía tiempo de implementar sus planes para sacar al país adelante. La derecha controlaba los medios (la radio y la prensa) y la izquierda intervenía en las calles con manifestaciones, mítines y llamados a la unión sindical y obrera. A causa de sus acciones políticas, mi abuelo fue detenido el mismísimo día 18 de julio de 1936. Era una destacada figura política y sindical y con un carisma y templanza fuera de lo común en aquellos tiempos revueltos, pero ya lo tenían “entre ceja y ceja”.

Joaquim Micó y Ángeles Gutiérrez-Lapi. Presentación de Esperanza en el CC Drassanes (Barcelona).

Esperanza nos cuenta la historia muy bien documentada de unos años convulsos en la España que va de los años veinte en Cádiz hasta la Barcelona de finales de los cincuenta y lo hace principalmente a través de la historia personal de Manuel Lapi, tu abuelo, y Ángeles Lapi, tu madre. ¿Cómo te sientes tras escribir esta novela con personas tan próximas como protagonistas?

La verdad es que tenía una deuda con ellos. Sus vidas, ejemplares como fueron, merecían ser contadas. La de mi abuelo por su fidelidad a sus ideas y principios, lo que me lleva a rendir homenaje a la memoria histórica; la de mi madre, por ser una mujer empoderada y feminista, aunque no fuera consciente de ello.

Como dijo Melchor Rodríguez García, un sindicalista y anarquista que llegó a ser brevemente alcalde de Madrid, “Se puede morir por las ideas, pero nunca matar por ellas”. Y creo que esa frase define muy bien el pensamiento de mi abuelo, Manuel Lapi García.

Escribir sus historias fue un acto de catarsis, de redención, de perdón, de sanar la historia, de traer al presente lo que corría riesgo de ser olvidado entre los pliegues de la historia, pero no solamente en el caso de mi familia, sino en el de tantas otras que sufrieron, estuvieran en el bando que estuvieran. Cierto que lloré mucho mientras escribía, pero eran lágrimas de liberación.

Interior CC Drassanes. Primera presentación de Esperanza.

Nacida en 1926, hija del primer matrimonio de Manuel Lapi, Ángeles pierde a su madre con apenas año y medio de edad, y a su padre a punto de cumplir diez años, en los primeros días de la Guerra Civil. ¿Cómo pudo sobrevivir y mantener la esperanza en un futuro mejor?

Mi madre era una mujer de fuertes convicciones, pues así la habían educado en casa y en el colegio. Sorprendentemente, jamás sintió rabia o se sintió sobrepasada por las situaciones tan dolorosas que le tocó vivir. Mostró una capacidad de empatía con los demás fuera de lo normal, una capacidad de resiliencia para convertir las adversidades en oportunidades y una fuerza y una resistencia que, sinceramente, no sé de dónde las sacaba, pues si algo perdura en el recuerdo de todos los que conocieron a mi madre, fue su eterna y amable sonrisa.

¿Qué nos puedes contar de la situación de la mujer durante el franquismo? ¿Cómo afectó a Ángeles y al resto de mujeres de la familia?

La familia materna de mi madre intentó alejarse de la política todo lo que pudo, habida cuenta de cómo había terminado mi abuelo. Mi madre jamás se sintió inclinada hacia este tema y siempre nos inculcó el respeto a las creencias ajenas, fueran las que fueran.

Durante el franquismo, no solo fue dura la vida de las mujeres que, como ya hemos comentado, tenían muy limitada su capacidad de acción. También sufrieron muchos otros colectivos como las personas que no eran afines al régimen (fueran militares o civiles), las personas con discapacidades físicas o mentales (recuerda que si alguien tenía una criatura con Síndrome de Down, por ejemplo, la escondían por vergüenza), o los homosexuales, que fueron perseguidos y apaleados por su condición, fueron depurados maestros, médicos, funcionarios y abogados, se prohibió la cultura regional y las lenguas como el gallego, el euskera o el catalán y también podríamos citar el asunto de los bebés robados que aún sigue coleando y que no era sino otro atentado contra la mujer librepensadora.

Firma de libros, con Lola Toledano.

Tras muchas penalidades, Ángeles Lapi llega a Barcelona en 1954 y se enamora de la ciudad que, por su proximidad al mar, le recuerda a su Cádiz natal. ¿Cómo fue su vida en la Ciudad Condal? ¿Volvió a Cádiz?

Mi madre solo volvió a Cádiz cinco o seis veces más a lo largo de los años. Aquí tenía su nueva vida, su trabajo, su familia, todo. Y lo curioso es que el piso que mis padres compraron a través de la Cooperativa, como se explica en el libro, estaba situado en Poble Nou y desde la terraza de su sexto piso se veía (sobrepasando el tejado de una fábrica metalúrgica) … ¡el mar! Desde la costa de Badalona hasta Montjuïc, ya que todavía no se había edificado lo que ahora es la zona del Fórum. Recuerdo a mi madre sentada en su silla de enea viendo los atardeceres, las regatas de barcos, los trasatlánticos que cruzaban en uno y otro sentido… El mar fue una constante en su vida hasta el final de sus días.

En Barcelona fue muy feliz, tanto a nivel familiar como social y laboral, pues era muy querida y respetada en la Residencia Vall d’ Hebrón, donde trabajaba.

En cuanto a su padre, Manuel Lapi, murió fusilado por los insurrectos el 2 de agosto de 1936, a los treinta y siete años y fue enterrado en una fosa común ¿Continuáis los familiares buscando sus restos? ¿Podría ayudar a encontrarlos la Ley de Memoria Democrática que entró en vigor en octubre de 2022?  

A día de hoy, todavía desconocemos el paradero de los restos de mi abuelo, Manuel Lapi. La última referencia que se tiene es que está enterrado en algún lugar indeterminado de una cuneta de la carretera que va del Puerto de Santa María a Jerez de la Frontera. Y qué casualidad, que fue fusilado el día 2 de agosto, el día de mi santo, el de mi madre y el de las otras tres Ángeles (hijas primogénitas de las generaciones inmediatamente anteriores) que nos precedieron. Quizá por eso no le puse Ángeles a mi hija…

Alguno de mis primos y yo seguimos buscando los restos del abuelo. Nos hemos hecho pruebas de ADN y estamos a la espera de que la Junta de Andalucía logre cotejar los datos para, si lo localizamos, poderle dar un descanso en paz junto a mi abuela a la que tanto amó.

Como decía el filósofo español (después naturalizado estadounidense) George Santayana en 1905, “quien no puede recordar el pasado está condenado a repetirlo”. Quizá de ahí venga la teoría que comentábamos antes acerca de la recurrencia de las guerras cada tres o cuatro generaciones más o menos. Unos la padecen, otros son protegidos, los siguientes la olvidan y abonan el camino para un nuevo conflicto. La Ley de Memoria Democrática fue un gran paso, pero aún quedan muchos por dar. Entiendo que el problema puede radicar en la falta de fondos para invertir en las excavaciones, pero los “herederos de los desheredados” no podemos darnos por vencidos.

Una última pregunta. Este año 2025, se organizan diferentes eventos bajo el lema “España: 50 años en libertad” para conmemorar la muerte del dictador Francisco Franco, el inicio de la Transición y la posterior conquista de la democracia que hoy disfrutamos. ¿Crees que es necesario recordar de dónde venimos? ¿Puede ayudar a no repetir los errores del pasado?

Solo nosotros mismos podemos ayudarnos a no caer de nuevo en los mismos errores, pero no sé si estamos dispuestos a hacerlo. El que tiene mucho quiere más y el que tiene poco apenas se queja.

Creo que la memoria es un acto de justicia y reparación necesaria para que los errores del pasado no se olviden y, en la medida de lo posible, no se vuelvan a repetir.

¡Que nunca nos falte la esperanza!

Entradas relacionadas

Un comentario en «Entrevistamos a Ángeles Gutiérrez-Lapi, autora de “Esperanza”»

  1. Antonio Jiménez García

    Totalmente de acuerdo contigo, no hemos aprendido nada. Hace tiempo te dije que me hubiera gustado conocer a tu madre. Si se hubiera producido este hecho, a día de hoy igual estábamos hablando de cosas distintas. Muchas suerte con la novela, y ya sabes que siempre seguiré buscando, Es mi deuda personal y, quien sabe, igual algún día tengo suerte.
    Incluso si eso sucede, hasta puedo creer en los milagros.
    Te deseó lo mejor del mundo, muchas suerte y que seas feliz.
    A. Jimenez

Deja tu comentario

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.