Descubrir secretos: María Jesús Peregrín y“El año de la sal”
María Jesús Peregrín nació en Larache, Marruecos. Es periodista y estudió Derecho en Granada. Trabajó en medios de comunicación tan dispares como, Patria, La Hoja del Lunes, Diario de Granada y Diario “Liberación” en Madrid. También en emisoras de radio como M-80 Granada, Radio Minuto Las Palmas, Cadena COPE o TVE en Canarias. En 1979 recibió el Primer Premio de Poesía Ciudad de Almería por su poemario La eternidad está deshabitada. En 2013 publicó su primera novela La Visión Harper (Premio Círculo Rojo a la Mejor Novela Fantasía). Le siguieron El frutero no discutía de mermeladas (2016) y Sibila, hija de lobos (2017). En 2022 publicó El límite de Roche, una novela que sitúa la acción en Florencia, con una trama que transita entre lo real y lo irreal. En 2024, con la editorial Binomio, publica El año de la sal, un estremecedor thriller rural ambientado en la posguerra, con las dificultades del campesinado andaluz para sobrevivir como telón de fondo.
Tras El límite de Roche, una novela que nos lleva hasta la espléndida ciudad de Florencia y nos descubre el fascinante mundo de la elaboración de los perfumes, la influencia de la Astronomía en nuestras vidas y el tráfico de obras de arte, nos presentas El año de la sal, un thriller rural que retrata las penalidades y humillaciones que soportaban los campesinos andaluces durante los primeros años de posguerra. ¿A qué se debe este cambio?
Cada vez que merendaba con mi madre le venían de golpe todos los recuerdos de sus padres que nacieron en la localidad almeriense de Pulpí, igual que ella. Era un ritual. Yo no conocí a mi abuelo Felipe, pero mi madre se encargaba aquellas tardes de contarme lo que sufrieron tras el estallido de la Guerra Civil. Con la posguerra España entera se moría de hambre. Y Pulpí, un pequeño pueblo del sudeste andaluz también se moría de hambre y de abandono. De manera que mi abuelo y muchos otros como él, tuvieron que tirar de lo que había, que era muy poco, para alimentar a sus familias. Para poder sostenerla él recogió tápena, que es como se llama la planta de la alcaparra. Aquellos relatos me hervían la sangre. Y los fui guardando todo en algún lugar de mi corazón. “No olvidar” ― me juré a mí misma. Así que desde hacía tiempo anidaba allí la novela. Por ellos. Por toda una generación de hombres y mujeres que soportaron sin quejas todo lo que el franquismo les arrebató. Sin pestañear y obedeciendo.
¿Cómo se gestó El año de la sal? ¿Te has inspirado en historias y personajes reales?
Además de en sus recuerdos, pude hablar con bastantes personas que aún viven en la localidad almeriense de Pulpí donde transcurre la acción. También con vecinos de otro pueblo cercano, Albox. Son ya muy mayores, pero al contrario de lo que imaginé, ellos quisieron contarme cómo fue aquel tiempo oscuro, triste y cargado de melancolía. Algunos tienen todavía la cabeza muy lúcida, la mente muy clara y la palabra precisa. Me permitieron grabarles en audio para que no se me escapara nada. En la novela, de hecho, no está todo lo que me dijeron. Hombres y mujeres de casi noventa años. Hubiera dado incluso para otro libro. Además, y esto ya fue como dar con un tesoro bajo la tierra, me encontré con el trabajo previo de dos historiadores almerienses, Dolores Muñoz Navarro y Francisco Martínez Parra titulado: “Todo un pueblo, Cultura, Costumbres y Tradiciones de Pulpí”, que me ayudaron de manera extraordinaria a conocer datos sobre aquel tiempo oscuro.
La novela arranca en 1945, en unos años muy duros, especialmente para el campesinado que malvivía prácticamente esclavizado por los terratenientes. Ginés, el protagonista, tiene quince años cuando se ve obligado a dejar la escuela y sustituir a su padre enfermo recogiendo alcaparras en un cortijo almeriense. Un niño que se queda solo a merced de un patrón despótico, lejos de su familia y amigos, una vida truncada, quizás para siempre. ¿Era esta una práctica habitual durante la posguerra? ¿Sabes de algún caso real?
Por supuesto que lo era. Sacaban a los niños de las escuelas para hacer en ellas cuarteles de Asalto. No había comida; en las zonas agrícolas del sudeste andaluz muchos vivían en cuevas. Muchas de las personas con las que hablé para escribir El año de la Sal tienen ahora más de noventa años. Ayudaban en las faenas del campo de sol a sol. He conocido en un libro coordinado por la historiadora jienense Gloria Román titulado: “Los niños de Franco, Entre el control, la pobreza y la picaresca. 1939/1969” cómo los comedores infantiles de Auxilio Social de la Falange se utilizaban para controlarlos. Una sardina cruda y un pedazo de pan para alimentarse 24 horas. Ella escribe “en un contexto de hambruna en el que se estima que fallecieron hasta 200.000 personas, la mayoría eran menores. Muchos de ellos antes de cumplir el primer año de vida”. Terrible. En El año de la sal, Ginés es un niño que tiene quince años y se ve obligado a sustituir a su padre enfermo. Ficción, sí. Pero a la vista de la Historia, y con los recuerdos de todos ellos, creo que existieron muchos Gineses, por desgracia, trabajando en los campos de almendra, de tápena o recogiendo esparto para los amos de los cortijos.
Con El año de la sal, el lector descubrirá ordenanzas dictadas por las autoridades que trasladan nuestra imaginación a la Edad Media más que a las primeras décadas del siglo XX. Como ejemplo, citaré algunas de las reglas que se imponían a las maestras en 1923, durante la Dictadura de Primo de Rivera: prohibido casarse o andar en compañía de hombres, teñirse el pelo, pintarse los labios, vestirse con ropas de colores brillantes o pasearse por heladerías del centro de la ciudad. El incumplimiento de estas y otras reglas implicaba el despido inmediato. Y todo esto es real. ¿Continuaron en vigor estas medidas draconianas tras la Guerra Civil?
La localidad almeriense de Pulpí quedó arrasada y atrasada como muchas otras en posguerra. Hoy es un pueblo próspero, generoso y solidario. Prácticamente no hay paro y un buen número de migrantes trabaja en el campo y en otros oficios con todos sus derechos reconocidos. Las medidas draconianas fueron desapareciendo poco a poco. Aunque muy lentamente, desde luego.
Ginés no tiene opción de elegir. Para que su padre enfermo pueda dejar el cortijo del amo, su hijo ha de sustituirle obligatoriamente en la recolección de tápenas (alcaparras). ¿Qué puedes contarnos de esta tarea agrícola? ¿Es dura? ¿Y porque elegir un gran cortijo de Pulpí, en Almería, para denunciar el trato que sufrían los jornaleros, a manos de los terratenientes que los consideraban una propiedad más?
El cortijo de Pulpí en el que se desarrolla este thriller rural es imaginario, pero responde al concepto de cortijo de los señoritos de la época. He visto muchos. En la España de posguerra no había mucho de lo que tirar, pero en la zona de Pulpí los británicos se encargaron de explotar las minas. También las Salinas. Los cargamentos con sal procuraron alimento a muchas familias a pesar de la dureza del trabajo. Ubicar el drama allí, en un lugar que fue la tierra de mis abuelos y de mi madre, suponía tener delante de los ojos el escenario perfecto. Recoger alcaparra es muy duro. La planta tiene espinas y hay que echarla al capazo, o muy de madrugada, o ya de anochecida. Doblando todo el cuerpo. Con el cuello sobre los tallos. Se sangra. Con un botijo de agua para repartir entre los jornaleros. Con las órdenes del capataz y su mano de hierro.
A sus quince años, el protagonista sueña con abandonar los campos de tápenas y ganarse la vida recogiendo sal de las salinas con un amo menos déspota. La sal se convierte en un elemento principal en El año de la sal cuando el odio y la tristeza que crecen alimentados por múltiples humillaciones del amo corroen su alma. ¿Es la sal un personaje más en la novela?
La sal es mucho en la novela. Lo es todo. Es el secreto que aguarda al lector.
Junto al miedo y la miseria de la posguerra, coexiste el estraperlo, el enriquecimiento abusivo, la hipocresía moral promovida por la Iglesia de la época, y los amores furtivos que se esconden tras un matrimonio indisoluble a los ojos de Dios, aunque profundamente infeliz. ¿Qué opinas de la sociedad actual en comparación con la surgida tras la Guerra Civil?
Que afortunadamente no es la misma. Pero ojalá los pasos políticos que se están dando ahora, con aparición de partidos y grupos de extrema derecha, no nos lleven a vivir situaciones parecidas: la confrontación, el odio y el ordeno y mando. La sociedad está muy polarizada en estos momentos. Mucha gente no quiere ni oír hablar de la Guerra Civil. De hecho, muchos me quitaron de la cabeza la idea de escribir esta novela. Pero yo estoy hablando de posguerra. Hablo de lo que vino después. De la hambruna, el racionamiento infantil, las muertes y el miedo. Creo que en los institutos novelas como El año de la sal podrían tener cabida. Primero porque no es solo ficción, es un documento de lo que ocurrió verdaderamente. De cómo se vivía. De cómo fueron las relaciones amo/esclavo. De la dureza de la tierra, las infidelidades amorosas, de la fuerza que tuvieron tanto la Guardia Civil como la Iglesia Católica a la hora de intervenir en una población que se moría de hambre.
Jóvenes como Ginés, Matías, Camelia, Juanamari… ven truncadas sus vidas como consecuencia de la Guerra Civil, aunque no por ello dejan de tener sueños e ilusiones que caracterizan la juventud. ¿Tienes algún personaje favorito? Explícanos por qué.
Todos son mis personajes favoritos. Pero me quedo con Ginés, sobre el que recae todo el dolor de El año de la sal. Recae la injusticia, el remordimiento, el odio, la rebeldía, su amistad truncada, el amor egoísta…Sobre él recae también la esperanza que lleva la novela: sus ansias de libertad, la amistad sincera, el amor al padre, a la madre y a los hermanos a quienes ya no podrá volver a ver. Me gustó construir un personaje así porque el lector podrá sentir la caída a los infiernos de un ser inocente. Su dolor, su impotencia ante la injusticia de un hombre que lo maltrata.
En El año de la sal el lector encontrará expresiones, palabras y muchos refranes hablados por los lugareños y terratenientes de la época en las plantaciones agrícolas del sudeste andaluz. ¿Cómo te has documentado?
Tanto los refranes como las palabras y expresiones que aparecen en El año de la sal enriquecen el relato. Así se hablaba en la zona y también en algunas otras de Granada o Jaén. El lector podrá aprenderlas y posiblemente pueda hacer suya alguna. Por bonita. El Ayuntamiento de Pulpí, por cierto, ha colocado entre dos calles de la localidad grandes paneles con buen número de ellas. Para que no se olviden. Esta novela es Memoria Histórica. Memoria viva. Y venimos de esa Historia. Y conviene no olvidar de dónde venimos para saber quiénes somos. Los dos historiadores de los que hablé antes las recogieron en su hermoso libro.
Me ha llamado la atención uno de estos refranes: “Después de ida la liebre, palos a la cama”. ¿Qué significa?
“Después de ida la liebre, palos a la cama” es como decir algo a destiempo. Luego puedes arrepentirte. Y da rabia.
“El rencor se instala en el corazón del joven Ginés. Poco a poco, crecerá en él un odio de consecuencias dramáticas”. Lo leemos en la contraportada de “El año de la sal”. ¿Nos cuentas cuales han sido tus objetivos al escribir una novela que sitúa la acción en los años más duros de la posguerra española?
Desde hace mucho tiempo llevo diciendo que es “deber” de las terceras generaciones de escritores no olvidar de dónde venimos. Contarles a los más jóvenes lo que los mayores, como dice el escritor Antonio Muñoz Molina, vivieron durante la Guerra Civil y son ya los últimos testigos. Porque se van muriendo. Y si ellos mueren y sus voces se acallan, parecerá que nada ocurrió. He querido que mi novela duela. Como dolió aquel tiempo. Me conformaría con que El año de la sal interesara a los chicos y chicas que ahora tienen la edad de Matías. Que se imaginaran cómo sería vivir en un mundo sin libertades.
Como siempre, para despedirnos, le pediremos a María Jesús Peregrín que nos hable de sus próximos proyectos.
Ya sabes que el verano es un parón para las presentaciones. Volveré a la Feria del Libro de Sevilla en octubre y espero poder participar también en Granada Noir. Luego, ya imagino que imaginarás que sigo imaginando escribir una nueva novela. Con un cambio de registro. Seguramente con menos tierra y dolor a mi alrededor. Ahí estoy. Dándole vueltas a una novela de seducción y deseo.
Te deseamos mucha suerte.